El séptimo día, los israelitas marcharon alrededor de Jericó siete veces. Después de la séptima vuelta, los sacerdotes tocaron las trompetas y el pueblo gritó, haciendo que los muros de la ciudad se derrumbaran. Los israelitas entraron y tomaron Jericó, destruyéndola completamente. Solo Rahab y su familia fueron salvados por haber ayudado a los espías. Josué maldijo a cualquiera que intentara reconstruir la ciudad. Este evento subraya la importancia de la obediencia a Dios y cómo su poder puede derribar cualquier obstáculo.
